lunes, 3 de mayo de 2010

Despertando en una distorsión


Hoy nuevamente abrí mis ojos con miedo, no es por el temor a comenzar un nuevo día y sus problemas. Es el miedo de no poder reconocerme, de odiar todo lo que me rodea, de levantarme y destruir mi cama, así evitar volver a soñar con despertarme.

Tengo ese miedo a no reconocer mi cordura, mi responsabilidad o naturalmente mi vida. Ese instante de flojera y surrealismo, ese relámpago que sabes que llegara, ese intervalo en que confundes la realidad con los sueños. ¿Pero cuál mundo es el real? Ese en donde los momentos bellos e inexistentes se transforman repentinamente en catástrofes orgánicas o ese en que las pesadillas de nuestro subconsciente se libran con realidades fastidiosas.

El despertar conlleva tanto en nuestras vidas, como así las prioridades que tienen nuestros pasos. Ocasionales se podría decir, o incluso sensitivas. En finalidad no podemos negar que la simplicidad de cada despertar condiciona nuestra actuación diaria. Hemos despertado (o eso creemos) en nuestra casa con nuestra vieja dándonos con la aspiradora, o tal vez aparecimos en una ponderada pensión o en nuestra grandiosa casa porteña, que mas bien parece un caos generalizado por un recibimiento mechón, o simplemente las circunstancias nocturnas nos han llevado a compartir el amanecer con el simpático rocío de la carretera o la amigable humedad de la playa. ¿Pero hemos despertado o nos seguimos estirando muy descabelladamente y acurrucando como un zombis en busca de cerebros? La pregunta puede quedar en el aire o debajo de la cama, bueno si hay espacio… Puede que nuestras mentes occidentales puedan aceptar una noche acompañada pero podremos de verdad abrir por lo menos los ojos en un solo conjunto, en una señal invisible de intimidad y paranoia.

Hay mañanas (a veces generalmente tardes) en que lo creo lograr, en donde paso desde el estado sin cabeza hasta una catarsis que ya no puedo recordar.

El criterio de un instante radica en si es abrazado o ignorado. El criterio de un despertar se presenta con más complicaciones y menos estudios, consignándose en raras experiencias sensitivas y emocionales, y si quisiéramos hasta existenciales, lo que verdaderamente complica todo.

Bueno, blah, blah, blah y mas blah, pero habrá una circunstancia lógica o un poco racional que nos haga mortificarnos en una ridícula minoría, sino conocemos y comprendemos un despertar como podremos hablar categóricamente de ese cochino instante en donde se deja el descanso por la vida, tal ves sólo tengamos que detenernos a pensar en él. Tal ves esa sea nuestra distorsión, nuestra bella esquizofrenia, la excusa perfecta para reventar en llantos y manotazos contra nuestra cabeza malhumorada y no olvidando patear nuestra digna sociedad y su linda y rosada propaganda. Despertar en distorsión significa intentar abrir los ojos en algo completamente inexplorado, en un lugar sin pies ni cabeza, en una anarquía interna, despertar con los ojos vendados en un lugar anónimo, ¡eso si es distorsión!

En la fatídica conclusión llevadera nos arrastraremos voluntariamente hacia “El Peral” o simplemente nos atreveremos a conocer y apreciar nuestro despertar, comprender que cada abrir de ojos es un abrir del alma, es la oportunidad idónea para reflejarse en el que duerme a tu lado, es la excusa perfecta para inventar algo nuevo, el momento de reír, de llorar, o sufrir una jaqueca por la olvidadiza noche anterior.

En fin es nuestra encrucijada y nuestro sentir, es el paso que junto con otro nos dirán como se irán conjugando las horas en esto llamado día. Depresión, alegrías, escalofríos, temperatura, ignorancia, tierra y humedad. Un despertar lo puede ser todo o un detallistamente nada. Sólo se que es el primer paso que se debe dar para vivir un día…

¡A despertar mi alma mía!

¡Y no le pongan tanta histeria si un pelotudo dice que hay vida en otros planetas!

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